Los amantes del vino blanco no son todos iguales. Hay quienes lo aman por su dulzura, otros a quienes les conquista su lado más cítrico o los que caen rendidos a ese toque astringente más sutil.
Es decir, blancos hay muchos pero aunque coincidan en algunos aspectos, hay miles de matices que diferencian una botella de otra. Esto es lo que ha hecho que dentro de la categoría de vino blanco se creen otras subcategorías que nos ayuden a decidir qué tipo de vino blanco es el que realmente nos apasiona.
La división es muy sencilla: dulce o seco, pero, ¿qué les diferencia entre sí?
El vino dulce es para los paladares más golosos. Recuerda que para recibir este apelativo debe tener más de 50 gramos de azúcar por litro. Lo ideal es consumirlo frío y es el compañero perfecto para los meses de primavera, cuando comienza a asomar el sol y nuestros cuerpos se van descongelando.
Para los que no quieren renunciar a nada existen los semidulces, con menos azúcar (entre 30 y 50 gramos) y unos matices que conviven a la perfección con la dulzura y crean una copa muy interesante.
También encontramos algunos blancos semisecos, situados igualmente a medio camino, pero con más presencia de las características de un vino seco. Catalogamos como seco a ese vino blanco que tiene menos de 5 gramos de azúcar, sin embargo, los semisecos tienen entre 5 y 15 gramos.
Como puedes comprobar el azúcar tiene un papel fundamental en la diferenciación de estos vinos. Aunque tú, como buen wine lover, sabes que los matices de ambas copas crean sensaciones muy diferentes que van más allá de unos gramos de azúcar.
Como norma general los vinos dulces suelen ser más aromáticos y untuosos, mientras que los secos destacan por su ligereza. Aunque ya sabes que cada botella es un mundo por lo que ¡ahora es el momento de abrir tu blanco favorito y jugar a averiguar en qué bando está!
