Puede ser que conocer en profundidad el mundo del vino sólo esté reservado para los expertos y especialistas, pero hay algo muy sencillo que cualquier amante del vino puede llegar a dominar y eso es la acción de catar.
La cata de un vino nos da la posibilidad de descubrir numerosas sensaciones y estímulos y tan sólo hacen falta tres pasos para adentrarnos en ella: observación, olfato y gusto.
Empecemos por el primero de los tres, la de la observación. En esta fase visual, debemos coger la copa por la parte del tallo, para no calentar el vino e inclinarla unos 45º sobre un fondo blanco para poder apreciar bien el color del vino. El color es uno de los indicadores más fiables de la calidad y su tonalidad nos dará una idea de su edad. En esta fase se trata de valorar aspectos como la intensidad, la nitidez, ver si tiene burbuja o la lágrima del vino, entre otros.
En la fase visual podemos identificar cuestiones como la añada o su graduación, entre otras
Una vez hemos valorado visualmente el vino que tenemos en nuestra copa, pasamos al segundo paso, en el que entra en juego otro de nuestros sentidos: el olfato. Hay que reconocer que para esta fase se requiere una concentración especial y tratar de recuperar de la memoria los recuerdos de aromas conocidos. Para ello, tenemos que acercar la nariz hasta el interior de la copa para tratar de reconocer esos aromas que proceden de la uva, de las frutas, del terreno, etc. Después, la agitamos ligeramente y volvemos a acercarnos para descubrir otros aromas. Podemos diferenciar básicamente, 3 tipos de aromas:
Los aromas primarios, son los que proceden de la variedad de uva; los secundarios, los que proceden de la fermentación y los terciarios, de la crianza y maduración en botella. Es importante saber que si notamos un cierto olor a “vinagre” significa, casi con toda seguridad, que se han producido alguna irregularidad en su proceso de elaboración.
Al entrar en juego nuestro olfato podemos reconocer aromas de la uva o del terreno
Y para acabar la cata de un vino, procedemos a degustarlo, es decir, a conocer su sabor. Hay que tomar un trago y saborearlo por toda la boca para reconocer los cuatro sabores básicos: dulce, ácido, amargo y salado (aunque en los vinos no existe este último sabor). El vino que consigue un equilibrio perfecto entre esos tres sabores básicos, se le califica como un vino redondo. Más tarde, pasamos a valorar la textura y asociamos la suavidad como aspecto positivo y la aspereza como negativo.
Pero la cata no acaba aquí. Una vez lo hayamos tragado, el vino nos deja en la boca un conjunto de sensaciones que tienen una duración diferente para cada persona. De ahí que se diga que el vino es corto, si es que la sensación desaparece a los pocos segundos, media, entre 3 y 6 segundos y vino de persistencia larga, si las sensaciones superan esos 6 segundos.
Y hasta aquí llega la fase teórica de cómo catar un vino. ¿A qué estáis esperando para pasar a la práctica?[:]