A menudo habrás leído en las notas de cata que los expertos definen a un vino como “limpio”, “brillante” o “transparente”, o que, por el contrario, lo califican de “opaco”, “turbio”, “velado”, “mate” o “plomizo”. ¿A qué se refieren con estos adjetivos?
Resulta que cualquier vino recién elaborado posee residuos de los tejidos de las uvas, microorganismos y restos de la fermentación que se depositan en el fondo de la botella, aunque, normalmente, una vez que el vino se somete al proceso de filtrado y de clarificación, éstos desaparecen.
Limpieza vino: La limpieza de un vino mide la presencia de partículas en suspensión en su interior.
Sin embargo, que un vino no esté totalmente limpio no significa que sea de mala calidad o que se haya deteriorado. Antiguamente, antes de que existieran los procesos modernos de la elaboración del vino, la mayoría de los vinos eran turbios y aún hoy en día algunos de los mejores vinos, como los reservas, pueden presentar un aspecto turbio, incluso contener residuos sólidos por el prolongado envejecimiento al que han sido sometidos.
Esto se debe a que determinadas sustancias coloidales, que son excesivamente tenues y escapan a la sedimentación, con el paso del tiempo son capaces de unirse y de formar residuos, de manera que el vino limpio puede volver a enturbiarse de un modo natural, pero esto no quiere decir que su sabor no sea exquisito.
Decantador: El decantador nos puede ser muy útil para eliminar los residuos de un vino envejecido. Fuente: Wine Power.
En caso de que nos demos cuenta de que el vino que vamos a degustar no está totalmente limpio, la mejor solución es decantarlo, es decir, trasladar el líquido a otro recipiente, para que los residuos se queden en el fondo de la botella original y podamos disfrutar del vino en todo su esplendor.
Para comprobar el grado de transparencia del vino, sólo tenemos que colocar la copa sobre un fondo blanco bien iluminado y observar si el vino presenta algún tipo de residuo o si es cien por cien transparente.
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